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¡Que Dios te permita
derrotar a tus enemigos,
y extienda desde Jerusalén
el poder de tu reinado!
¡Que tus soldados te juren lealtad
sobre los cerros de Dios
en el día de la batalla!
Cuando salga el sol,
se renovarán tus fuerzas.

Dios ha hecho un juramento,
y lo cumplirá:

«Tú eres sacerdote para siempre,
como lo fue Melquisedec».

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